El murciélago y la Lechuza (Fabulosa Fábula)
Vuelvo al ejercicio improvisando (como siempre que escribo) una fábula. A ver que es lo que sale y si al final le podemos sacar una moraleja.
Había una vez un murciélago que vivía en una cueva pequeña y oscura. Este murciélago vivía del esfuerzo de los demás y se alimentaba de la sangre de los que le rodeaban. Él era consciente de que, al igual que en los humanos, la sangre se repone y solo se puede extraer cierta cantidad cada cierto tiempo. Así bebía y bebía y esperaba pacientemente mientras se ocupaba de sus asuntos oscuros en su oscura cueva, hasta que podía volver a darse un festín de sangre cuando sus victimas se recuperaban.
Gran parte de su tiempo lo dedicaba a buscar maneras para conseguir que sus victimas le agradecieran que él se bebiera su sangre como si en realidad éste les estuviese haciendo un favor, como si tuvieran exceso de glóbulos rojos. Pasaban los días y la situación no cambiaba, pero los demás animalitos del bosque empezaban a estar cansados de que el murciélago viviera a costa de ellos y encima impidiéndoles estar en plena forma para llevar sus propias vidas, puesto que cuando le chupaban su sangre, los demás animalitos se sentían cansados, exhaustos y deprimidos y eso les afectaba en sus vidas. La ardillita no podía recolectar sus avellanas para alimentar a su familia, el colibrí no tenía fuerzas para volar y buscar gusanos para alimentar a sus cuatro hijos…
Un buen día el murciélago se dio cuenta de que la situación se estaba empezando a complicar y entonces decidió cubrirse las alas y llamó a su amigo el zorro, que una rata amiga común los presentó unos años atrás. Lo llamó y le dijo que vigilara a los demás animalitos del bosque por si intentaban algo, ya que él de día no podía salir de su cueva, no fuera a ser que se quedara sin su ración de sangre. El zorro, más listo que el murciélago decidió ayudarlo mientras le daba vueltas a un plan que tenía para quedarse con la cueva del murciélago a la que tuviera ocasión. Se puso pezuñas a la obra y fue investigando los posibles movimientos de los demás animales. Si veía algo sospechoso avisaría al murciélago, siempre que no estuvieran metidos el león, el oso el tigre ni el hipopótamo, por ser éstos animales muy peligrosos. Pero estos permanecían ajenos a los tejemanejes del murciélago.
En uno de los festines sanguinolentos del murciélago, a éste se le fue el colmillo y bebió más sangre de la cuenta de un pobre elefante, tan grande y fuerte que podía aplastar al murciélago en un abrir y cerrar de ojos, pero manso y tranquilo e incapaz de hacer daño a nadie, y le dejó malherido. El elefante era muy querido por los demás animales y al ver lo que el murciélago le hizo no pudieron aguantar más y decidieron poner fin a las sangrías de este malvado animal.
Hicieron una reunión clandestina en medio del bosque y decidieron que el murciélago pagaría por lo que les había estado haciendo durante tantos años y por la suerte que corrió el pobre elefante. Hablaron y hablaron durante horas y no encontraban ninguna solución, hubo incluso hasta quien se compadeció por el por estar haciendo lo que estaban haciendo, como si no les hubiera hecho ya bastante daño. A cada posible solución que encontraban hallaban cinco posibles causas por las que eso no saldría bien. Siguieron pensando y pensando durante mucho tiempo. El murciélago no les volvió a chupar la sangre porque sin que ellos lo supieran en cada comida el había ido guardando un poco de esta sangre para alimentarse cuando no pudiera extraerla de ellos, previendo que llegaría el día en que eso ya no sería posible. Por esta causa, el daño que los animales sentían se fue disipando y empezaron a faltar a las reuniones y tener opiniones muy diferentes entre ellos. La lechuza, que se había mantenido al margen de todo, pero que no había dejado de observar en ningún momento, se dijo para si misma que para encontrar una solución lo primero que tenían que hacer los demás animales era reconocer su superioridad hacia el murciélago y sobretodo perder el miedo que sentían hacia él, olvidando los atisbos de esporádico cariño que pudieran haber sentido por él años atrás, cuando en vez de sacarle la sangre a ellos, lo había hecho con sus antepasados. La lechuza se dijo que si no daban ese paso no habría solución posible y siguió observando la vida subida a su árbol y viendo como los demás animalitos del bosque seguían hablando sin observar, pero teniendo siempre presente que ella, observadora por naturaleza y sabia por perseverancia, nunca olvidaría lo que ese murciélago había hecho en el bosque donde ella también vivía.
Había una vez un murciélago que vivía en una cueva pequeña y oscura. Este murciélago vivía del esfuerzo de los demás y se alimentaba de la sangre de los que le rodeaban. Él era consciente de que, al igual que en los humanos, la sangre se repone y solo se puede extraer cierta cantidad cada cierto tiempo. Así bebía y bebía y esperaba pacientemente mientras se ocupaba de sus asuntos oscuros en su oscura cueva, hasta que podía volver a darse un festín de sangre cuando sus victimas se recuperaban.
Gran parte de su tiempo lo dedicaba a buscar maneras para conseguir que sus victimas le agradecieran que él se bebiera su sangre como si en realidad éste les estuviese haciendo un favor, como si tuvieran exceso de glóbulos rojos. Pasaban los días y la situación no cambiaba, pero los demás animalitos del bosque empezaban a estar cansados de que el murciélago viviera a costa de ellos y encima impidiéndoles estar en plena forma para llevar sus propias vidas, puesto que cuando le chupaban su sangre, los demás animalitos se sentían cansados, exhaustos y deprimidos y eso les afectaba en sus vidas. La ardillita no podía recolectar sus avellanas para alimentar a su familia, el colibrí no tenía fuerzas para volar y buscar gusanos para alimentar a sus cuatro hijos…
Un buen día el murciélago se dio cuenta de que la situación se estaba empezando a complicar y entonces decidió cubrirse las alas y llamó a su amigo el zorro, que una rata amiga común los presentó unos años atrás. Lo llamó y le dijo que vigilara a los demás animalitos del bosque por si intentaban algo, ya que él de día no podía salir de su cueva, no fuera a ser que se quedara sin su ración de sangre. El zorro, más listo que el murciélago decidió ayudarlo mientras le daba vueltas a un plan que tenía para quedarse con la cueva del murciélago a la que tuviera ocasión. Se puso pezuñas a la obra y fue investigando los posibles movimientos de los demás animales. Si veía algo sospechoso avisaría al murciélago, siempre que no estuvieran metidos el león, el oso el tigre ni el hipopótamo, por ser éstos animales muy peligrosos. Pero estos permanecían ajenos a los tejemanejes del murciélago.
En uno de los festines sanguinolentos del murciélago, a éste se le fue el colmillo y bebió más sangre de la cuenta de un pobre elefante, tan grande y fuerte que podía aplastar al murciélago en un abrir y cerrar de ojos, pero manso y tranquilo e incapaz de hacer daño a nadie, y le dejó malherido. El elefante era muy querido por los demás animales y al ver lo que el murciélago le hizo no pudieron aguantar más y decidieron poner fin a las sangrías de este malvado animal.
Hicieron una reunión clandestina en medio del bosque y decidieron que el murciélago pagaría por lo que les había estado haciendo durante tantos años y por la suerte que corrió el pobre elefante. Hablaron y hablaron durante horas y no encontraban ninguna solución, hubo incluso hasta quien se compadeció por el por estar haciendo lo que estaban haciendo, como si no les hubiera hecho ya bastante daño. A cada posible solución que encontraban hallaban cinco posibles causas por las que eso no saldría bien. Siguieron pensando y pensando durante mucho tiempo. El murciélago no les volvió a chupar la sangre porque sin que ellos lo supieran en cada comida el había ido guardando un poco de esta sangre para alimentarse cuando no pudiera extraerla de ellos, previendo que llegaría el día en que eso ya no sería posible. Por esta causa, el daño que los animales sentían se fue disipando y empezaron a faltar a las reuniones y tener opiniones muy diferentes entre ellos. La lechuza, que se había mantenido al margen de todo, pero que no había dejado de observar en ningún momento, se dijo para si misma que para encontrar una solución lo primero que tenían que hacer los demás animales era reconocer su superioridad hacia el murciélago y sobretodo perder el miedo que sentían hacia él, olvidando los atisbos de esporádico cariño que pudieran haber sentido por él años atrás, cuando en vez de sacarle la sangre a ellos, lo había hecho con sus antepasados. La lechuza se dijo que si no daban ese paso no habría solución posible y siguió observando la vida subida a su árbol y viendo como los demás animalitos del bosque seguían hablando sin observar, pero teniendo siempre presente que ella, observadora por naturaleza y sabia por perseverancia, nunca olvidaría lo que ese murciélago había hecho en el bosque donde ella también vivía.
2 comentarios:
"La mayoría de nuestras equivocaciones en la vida nacen de que cuando debemos pensar, sentimos. Y cuando debemos sentir, pensamos"
Lo malo de los murcielagos es que ni saben pensar bien, ni saben querer como es debido. Para pena de los animales del bosque.
De
Anónimo, A las
22:32
los murciélagos son muy listos y los zorros más, pero la unión es la fuerza y aunque la bondad de esos animalitos les esté haciendo tardar en sus decisiones, acabarán decidiendio lo mejor, porque lo tienen todo a su favor, el bosque entero, la fuerza de la bondad, la fuerza de la juventud y un grupo de lechuzas que piensan cuando los animalitos tocados por el mal hacer del murciélago y el zorro están perdidos dentro de sus confusos sentimientos.
mensaje a esas pedazo de lechuzas: no dejeis nunca de observar y de apoiar a ese grupo de animalitos, ellos en el fondo pueden salir adelante gracias a vosotras!!!!!
De
Anónimo, A las
12:29
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